
El evangelio de este domingo nos pone ante la inminencia del desenlace humano de Jesús. Ha llegado la hora, el momento de la pasión-muerte-resurrección-glorificación de Jesús de lo que es consciente el mismo Jesús, no así los discípulos ni el pueblo que acompaña a Jesús en sus andanzas. Jesús advierte una vez más, y ya próximo a su muerte, que el seguirle conlleva cruz y servicio.
El Evangelio de este V domingo de Cuaresma nos propone estar presentes para adorar a Dios a través de su hijo Jesús, pues sabía que se acercaba su hora: “ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado” (Jn 12, 23). Es una invitación a ver que todo tiene su tiempo: valoremos lo que llega a nuestra vida y el fruto que da; demos gloria al Padre en su nombre. Jesús es ese grano de trigo que muere para dar fruto.
Jesús nos plantea renunciar a nosotros mismos y muchas veces morir a nuestras convicciones y caprichos para dejar que Él nos trasforme. Recomienda que le sirvamos de manera plena por medio de la caridad y que sirvamos a los demás sin escatimar nada. La propuesta de Jesús, si queremos aceptarla, es seguirle a través del amor hecho servicio. Muchas veces ese servicio implica renunciar a lo temporal para ganar la vida eterna dando muerte al hombre viejo y resucitando a la vida nueva. Es necesario morir por una vida totalmente plena que se nos da al descubrir su presencia en los demás.
Jesús por su condición humana tiene miedo, como cualquier otra persona, de afrontar el futuro o lo que puede deparar el destino. Pero Él nos enseña, a pesar de esto, a confiar en el Padre. Jesús, como buen siervo que obedece y confía, anuncia su muerte, haciéndose así la voluntad de Dios, para dar gloria a quien lo ha enviado. Por eso dice: “¡Padre, glorifica tu nombre!” (Jn 12, 28a), y el Padre responde que en Jesús se glorificará.
La última parte del Evangelio refleja las distintas maneras de recibir a Cristo en nuestras vidas, pues no todos escucharon lo mismo. Dependiendo de lo que cada uno escucha, así cada uno acepta su voluntad y es la forma como cada uno se esfuerza por seguirlo. Jesús tuvo claro que la voz no iba para él, sino para quienes se encontraban a su alrededor. Él está al tanto de lo difícil que es aceptar el mensaje que da conocer en su vida pública. Es necesario abrir el corazón para recibir este anuncio, muchas veces de manera indirecta, como en la Palabra de hoy. Desde esos días, está latente la hora del juicio. Estemos, pues, atentos a lo que Cristo nos dice por medio de su Palabra y asumamos así la condición de los hijos que esperan en su Padre Dios.