«La Trinidad es la forma en que Dios nos ama. Ni más ni menos. ¿Cómo? Pues a través del Espíritu Santo y de su palabra. Dios, continuamente, lanza sus lazos de amor hacia nosotros, aunque pasen desapercibidos o los desechemos voluntariamente. Es un ámame sin principio ni fin».
Lo digo cuanto antes: la Trinidad es la forma en que Dios nos ama. Ni más ni menos. ¿Cómo? Pues a través del Espíritu Santo y de su palabra. Dios, continuamente, lanza sus lazos de amor hacia nosotros, aunque pasen desapercibidos o los desechemos voluntariamente. Es un ámame sin principio ni fin.
Hoy es el día perfecto en el que quien tiene que juntar cuatro letras con algo de sentido a la luz de la fiesta que celebramos, siente la poderosa tentación de comprar un billete solo de ida en el tiovivo de los conceptos teológicos o en la magnífica montaña rusa que flirtea por los más densos volúmenes de la teología dogmática. Pero sin menospreciar la utilidad del ajetreado viaje teológico lo importante es descubrir que nos encontramos en el nudo gordiano de la fe, en la auténtica clave de bóveda que sustenta al Dios en quien intentamos creer más y más cada día.
Hablar de la Trinidad no es otra cosa que hablar de amor. (piensa en la persona que más quieras y sigue leyendo) La Trinidad es un escaparate de amor para nosotros. La clave para entender en qué consiste la Trinidad está en la relación que existe entre ellos. El Padre, fuente de vida, manantial de ternura y misericordia; el Hijo, es la Palabra, la expresión, el diálogo amoroso del Padre; y el Espíritu Santo es el amor entre Padre e Hijo, es inspiración, aliento, beso, gemido, suspiro de Dios; el susurro de dos que se aman. El amor entre los tres es tan fuerte, tan sólido que hace que se unan y se conviertan en un solo Dios-comunión, en un solo Dios-amor y en un solo Dios-relación. Como dice Ernesto Cardenal, este es el dogma del amor. El misterio de que Dios no es solo, de que es Unión, y comunión, y comunidad, y familia. Dios es amor pero no un amor egoísta sino de entrega; no es amor propio sino mutuo, porque Dios es Mutuo. Si Dios fuera solo Unidad sería totalmente solo, sin generación, estéril. Esta es la clave que nos debe llevar a entender y a hacer vida esto que creemos ya que nuestra fe no es de misterios la de la solidaridad y donación de Dios a la creación y concretamente a nosotros, al ser humano. Así de sencillo.
En el evangelio, se nos habla de una eterna compañía, «estoy con vosotros hasta el fin del mundo» a la vez que se envía a los discípulos a proclamar la Buena Noticia. Esta experiencia de sentirnos acompañados, debería llevarla a nuestra vida, hacerla sangre en nuestras venas, para que corra por nosotros el estremecimiento de la confianza y del amor a Dios. Dios nos ama, no nos juzga. El amor de Dios es una llamada incesante a vivir en el amor en nuestro día a día. ¿Acaso esto es difícil de entender? Pues esa es la entraña de este Dios comunidad, familia de amor, de este Dios desbordado que nos llama a ser felices. Quien vive el amor cotidiano desde Dios, aprende a amar a quienes no le pueden corresponder, sabe dar sin apenas recibir, puede incluso «enamorarse» de los más pobres y pequeños, puede entregar su vida a construir un mundo más amable y digno de Dios. De la contemplación de la Trinidad, pasamos a la acogida, a la apertura a los otros, a la solidaridad que comparte, al perdón que reconcilia y une voluntades.
No nos perdamos en cálculos, ni pensemos que se trata de una oferta de tres al precio de uno. La Trinidad es Dios derramándose sobre nosotros no un cascarrabias huraño y solitario.. No lo olvidemos. Dios es relación: Padre, Hijo y Espíritu Santo, amor en continuo fluir.

