«Pentecostés es la apertura al Espíritu de Dios para que sepamos anunciar todo lo bueno que Dios ha puesto en nuestro camino. Dios es nuestra felicidad y eso sólo podemos constatarlo gracias a nuestra experiencia de Él, eso no está en las doctrinas ni en los libros. Dejarnos llevar por el Espíritu es ser muy libres y muy creyentes».
No te pongas así, tranquilo, no está solo, Dios está a tu lado. Con estas u otras palabras semejantes intentamos ofrecer consuelo o esperanza a quien se siente turbado por algún problema. Es complicado sentir la presencia de Dios. Cuando las cosas van porque nos sentimos autosuficientes y nos parece no necesitarlo para nada; cuando las cosas van mal, los problemas nos nublan el horizonte y es complicado confiar en que en medio de todo el vendaval, Dios continúa sosteniéndonos.
Pero, Dios ¿dónde está? Esa es la máxima objeción que solo encuentra respuesta desde la fe individual compartida con el resto. Podemos comenzar a disparar doctrina pero se quedaría flotando en la superficie y lo que necesitamos es alcanzar las capas profundas allí donde se cuecen los problemas y se engendran las posibles soluciones.
La búsqueda de Dios con ojos de encontrar una señal clara y distinta tiene poco recorrido. La única solución está en sentir la presencia del Espíritu a nuestro lado. ¿Qué es el espíritu? ¿energía? ¿luz? ¿pasión? ¿voz? ¿viento? ¿silencio? ¿paz? ¿movimiento? Es todo eso y no lo es… Es el aliento de Dios, el vínculo que nos une a Él, por encima del espacio, el tiempo o la distancia.
En este día de Pentecostés, de la venida del Espíritu Santo, deberíamos sentirnos agraciados por vivir el presente y afrontar el futuro cargados de energía. Hacemos memoria de ese continuo soplo ininterrumpido desde hace más de dos mil años. Puede que hayamos emprendido una etapa dentro del seguimiento en la que nos empeñamos en hacerlo todo nosotros sin dar oportunidades al Espíritu, al aliento de Dios. Hoy es un buen día para tomar conciencia de esa presencia. Cuando dejamos que entre, que habite en nosotros, no nos anula, ni toma el volante de nuestras vidas, sino que nos ayuda a encontrar la vida más plena, más profunda, más apasionante.
En el evangelio de Jesús exhala el Espíritu sobre los discípulos al igual que hizo el Creador con el primer ser humano. Con este gesto comienza la nueva creación, los discípulos pasan a ser hombres nuevos e, inmediatamente, salen a dar testimonio de la resurrección. Al igual que la semana pasada, contemplación y misión son un binomio inseparable, no podemos olvidarlo.
Pentecostés es el fundamento de la Iglesia naciente. Para las primeras comunidades el vínculo de unión era la fe en Jesús que seguía presente en ellos por el Espíritu. El Espíritu no entiende de diferenciación pero sí de diversidad. La Iglesia nos une a todos por medio del bautismo aunque cada uno desde nuestra condición particular realicemos distintas funciones, distintos servicios a la comunidad. El Espíritu no adocena ni enjaula sino que es fuente de vida, de libertad y de amor a Dios y al prójimo como imagen suya.
Pentecostés es la apertura al Espíritu de Dios para que sepamos anunciar todo lo bueno que Dios ha puesto en nuestro camino. Dios es nuestra felicidad y eso sólo podemos constatarlo gracias a nuestra experiencia de Él, eso no está en las doctrinas ni en los libros. Dejarnos llevar por el Espíritu es ser muy libres y muy creyentes. Si dejamos que nos toque, nos ayuda a sumergirnos en nuestro día a día con el corazón dispuesto para asomarnos a la verdad profunda, como nos enseñó Agustín de Hipona, de que en lo profundo de nosotros no sólo late un corazón, sino también habita un Dios que nos inspira una forma de comportamiento capaz de hacer de este mundo un lugar fascinante.
Para ello, quizá haya que empezar por entendernos y comprendernos en las alegrías, las ilusiones, las dudas, los miedos, los sueños, las decepciones… El Espíritu se hace presente cuando entre dos personas hay un puente y se construye el nudo de la fraternidad y así sucesivamente hasta que logremos caminar unidos en nuestra diversidad.
Hoy, último día de la Pascua, Jesús entrega su Espíritu, nos hace hijos de Dios y nos capacita para ser continuadores de su obra. Que no nos quedemos en el discurso fácil sino que estemos dispuestos al encuentro y al diálogo. El Espíritu ha de inundarnos para que podamos demostrar aquello que creemos: que Dios merece la pena; que no nos quedemos pensando que Dios nos ha dejado a nuestra suerte, sino que a pesar de todo lo que estemos pasado o lo que nos pase ahora, nos convenzamos de que la mano de Dios, su soplo mueve las hojas y disipa los nubarrones.

