Domingo XII del tiempo ordinario: Cuestión de fe

«Donde comienza el miedo termina la fe. Por tanto, ante la dificultad no se trata de convertir la barca de la iglesia en un portaviones armado hasta los dientes de doctrinas y condenas sino en una barca que se sabe que lleva a Dios a bordo, aunque no esté en cubierta. En mi opinión, es verdad que una forma de vivencia religiosa está terminando, pero no hay que olvidar que Jesús está con nosotros como lo ha prometido. Su presencia es real y actuante. Este domingo es una llamada a renovar nuestra fe, nuestra confianza, en la presencia del Señor en nuestra vida cotidiana, en la sociedad de hoy y en la vida de la Iglesia».

Decía el Maestro Eckhart que utilizamos a Dios como una vela para buscar algo; y cuando lo encontramos, tiramos la vela. La idea de un Dios poderoso que pone su poder a mi servicio si me porto bien, es letal para una vida espiritual que nos ayude a tener a punto nuestra dimensión interior. No se trata de confiar en otro, sino de tener claro que Él está más cerca de mí que yo mismo. Sólo si nos sentimos llenos en Dios podremos sentirnos seguros al cien por cien.

La imagen que nos presenta el evangelio no deja de ser sugerente. Y tiene también su parte graciosa: que alguien nos explique cómo es posible que a bordo de una barquichuela y en medio de una tempestad, alguien puede estar durmiendo a pierna suelta. Bromas aparte, vamos a ver cómo este relato encierra un horizonte de reflexión. Los discípulos, aterrados, preguntan a Jesús si no le importa que se hundan y Él responde: ¿por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe? Los discípulos viven la tempestad como si estuvieran solos, abandonados a su suerte; como si Jesús no estuviera en la barca. La barca simboliza a la Iglesia en medio del mundo.

El texto nos invita a preguntarnos como los apóstoles: ¿Quién es Jesús? Si no nos hacemos esta pregunta en profundidad nunca llegaremos a ser verdaderos cristianos. La experiencia de su presencia silenciosa es la clave de todo seguimiento.

El Dios en quien Jesús confió, no fue el que se manifiesta en acciones espectaculares a favor de los buenos, sino el Dios escondido en quien hay que confiar aunque esté ausente a primera vista. Dios está siempre “como dormido”. Su silencio será siempre absoluto. Ni tiene palabras ni tiene instrumentos para hacer ruido. Mientras no entremos por esta dinámica y lo busquemos en el silencio, puede que nos hagamos la ilusión de haber encontrado al dios que buscamos, pero será nuestro propio ídolo. No son las acciones espectaculares de Dios, las que nos tienen que llevar a confiar en Él. Cuando una persona dice: quiero mucho a Dios porque me ha concedido todo lo que le he pedido, estamos ante un autoengaño nefasto y una fe con la misma solidez de un castillo de naipes y con la idea del Dios de bolsillo. Por otra parte, el peligro para la fe no está en las herejías si no en el miedo, en dejarse llevar por él en las situaciones duras de la vida.

Donde comienza el miedo termina la fe. Por tanto, ante la dificultad no se trata de convertir la barca de la iglesia en un portaviones armado hasta los dientes de doctrinas y condenas sino en una barca que se sabe que lleva a Dios a bordo, aunque no esté en cubierta. En mi opinión, es verdad que una forma de vivencia religiosa está terminando, pero no hay que olvidar que Jesús está con nosotros como lo ha prometido. Su presencia es real y actuante. Este domingo es una llamada a renovar nuestra fe, nuestra confianza, en la presencia del Señor en nuestra vida cotidiana, en la sociedad de hoy y en la vida de la Iglesia. Sin miedos, sino abiertos a lo nuevo dejando los recuerdos en la estantería.. No para vivirla encerrados en nuestros ambientes, sino para proclamarla en el mundo. Para testimoniarla por difícil o duro que nos pueda parecer. Eso ha hecho la barca de la Iglesia desde hace más de 2000 años y no tiene fecha para el fin de la travesía, aunque muchos hayan intentado marcarla en el calendario.

Publicado en Tiempo Litúrgico.