2Cro 36,14-16.19-23: La ira y la misericordia del Señor se manifiestan en la deportación y en la liberación del pueblo. Sal 136,1-2.3.4.5.6: Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti. Ef 2,4-10: Estando muertos por los pecados, nos has hecho vivir con Cristo. Jn 3,14-21: Dios mandó su Hijo al mundo para que el mundo se salve por él.
Dentro de los domingos de Cuaresma, este domingo es diferente por sus características litúrgicas:
- Se le denomina domingo Laetare, reviste cierta alegría.
- Anuncia la cercanía del final del ayuno y la alegría de la Pascua.
- Debemos interpretarlo desde el itinerario bautismal de la Cuaresma.
- Visualizamos el final de la Cuaresma o la Pascua del Señor, ya cercana.
- El color litúrgico de los ornamentos es el rosado. También nos indica este IV domingo de Cuaresma, que vamos más allá del meridiano de los 40 días.
La Cuaresma es un camino de preparación hacia la Pascua, para dar con Jesús el paso de la muerte a la vida. Por eso, hoy la Palabra de Dios nos presenta la dinámica de la salvación. La salvación es un don de Dios y una tarea, pide la respuesta de cada uno de nosotros. Lo resume de mejor manera san Agustín: “Dios que te creó sin ti no te salvará sin ti”.
PODRÍAMOS PLANTEARNOS DOS PREGUNTAS:
- ¿Qué hace Dios? ¿Cuál es su parte? y
- ¿Qué hacemos nosotros? ¿Cuál es nuestra parte?
Meditemos el pasaje del capítulo 3 del evangelio de san Juan. Jesús tiene un diálogo con Nicodemo:
“Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna”.
¿QUÉ NOS OFRECE DIOS A NOSOTROS?
Nos ofrece la vida y salvación a través de su hijo Jesús. Jesús ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia (no tenemos un Dios tacaño).
Jesús le pone a Nicodemo un ejemplo: la serpiente que Moisés levantó en el desierto sirvió de curación para los mordidos. Así de la cruz brotará la salvación: “Cuando yo sea levantado sobre la tierra atraeré a todos hacía Mí” (Juan 12, 32). Hay que levantar la mirada hacia Jesús y reconocerlo como nuestro salvador, porque Dios no ha venido a condenar sino a salvar. Dios nos ofrece la salvación por amor. Tal vez hemos escuchado muchas veces esta frase: «Solo hay una cosa que Dios no puede hacer: ¡dejar de amarte!», porque un corazón sin pecado solo está lleno de amor.
Así pues, podríamos decir que el amor es una fuerza de Dios que se convierte en pedagogía para nosotros y que ese amor tiene tres características, tanto en lo que Dios hace al amar como en lo que nosotros hacemos de nuestra parte:
AMAR DE PRIMERO:
1 Juan 4, 10: “en esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su propio hijo”.
De forma práctica, ese amor formativo y primario que brota del Dios como maestro que enseña, nos dice que amar primero es salir al encuentro del hermano necesitado -extender la mano-, tomar la iniciativa: no esperar que el otro se gane mi amor.
AMAR GRATIS:
Romanos 5, 8: “mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros”.
Amar gratis significa amar siempre y sin condición; no amo porque me amas.
AMAR HASTA EL EXTREMO:
Juan 13, 1-2: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.
Amar hasta el extremo significa: sin reservas en el corazón, amar lo más posible y completo, amar hasta que duela, siempre y en todo momento, no de vez en cuando. La vida no se construye con actos de amor, sino con la decisión permanente de amar.
A partir de ese signo, la cruz aparece como prueba incontestable del amor divino, don gratuito ofrecido al ser humano, una invitación irresistible a creer (confiar) en Dios y a reflejar su bondad en los hermanos.
